sábado, 8 de febrero de 2014


Mudanza en Semana Santa


Olor a clavo en las axilas y el moño altanero sobre la nuca. Así la recordaba su hija Carmela, después de tantos años. Y aquella casa, la casa grande de sus padres, atascada entre dos calles estrechas del centro emeritense, decadentes las ventas por la estafa inmobiliaria. Y ahora, después de 20 años viviendo fuera de Mérida, en el capitalino exilio laboral, estaba allí, revolviendo papeles y nostalgias, aspirando la dulce humedad de una casa centenaria, y rebuscando en la vieja alacena algo para llevarse a la boca en esta cena del final de la Cuaresma.

Entonces lo vio, amontonado entre los viejos apuntes de la academia Molina y cartillas Rubio que le acompañaron en su camino a un trabajo de cajera y al éxito en las oposiciones de la Junta. Allí estaba el viejo programa de la Semana Santa de uno de los primeros años de una década lejana, hace casi treinta años ya, en la portada un Cristo agonizante, que no puede ni mirarla a los ojos, la nuca caída y el dolor de Hombre en la expresión abandonada. Pasa las hojas. Unas andas de madera llevadas por robustos portadores, una Madre que llora a su Hijo, y las madrinas acompañando su dolor.  Ella era una orgullosa "Manola" tras las andas, su mantilla y su luto desentonando con su reojo pizpireto.  Pero con respeto y aplomo. Y más fotos. Compañeros de instituto de estaturas irregulares, vestidos de nazarenos. Y madamases. Carrasco y Fernando Ordóñez. Gerardo Durán dirigiendo a sus costaleros. Seriedad en las caras y apostura en los peatones de chaqueta y corbata. Tatas con sus niños añorando a los novios del pueblo, ahora en las milis insulares.

Envoltorios de caramelos de la Mártir marcan las páginas más destacadas. Su novio de portador, muy formal. En el pasillo la memoria de su madre enciende el vinilo de   La Zarzamora , renqueante el "picú", destila la melodía por todas las paredes y la bóveda, y por la puerta parece ver entrar a su padre, un severo albañil que la educó con rigor y cariño. Olor a trabajador. Y la niña que corre a abrazarle, y la joven que le suplica quedarse con su novio un poco más tarde hoy, que es Jueves Santo y quiere ver todas las procesiones.  El obrero que se conmueve y le da un permiso especial de buena chica, con arrobas de lozanía en un cuerpo elegante y una cara sencilla, como de cuadro de Romero de Torres, con el “querer desgraciado que embrujó a la Zarzamora ”, en el brillo de sus ojos del color del agua de Proserpina, la Charca de antes de marcharse.

Y en la despensa materna encuentra, junto a un almanaque atrasado, un chorizo que llora una lágrima de rubí, perla de grasa porcina reflejando la poca luz de la salita, colgando en el borde de la tripa,  que espera a ser partida y calmar el hambre de la niña llorosa. “Mañana iré al mercado y repongo”, piensa, mientras lee la vieja revista cuaresmal y acomete una lata de sardinas, dejando el embutido para dentro de dos viernes, ya en la reluciente Pascua.

Todos sus Cristos y  sus Vírgenes, desde la bellísima y  desconsolada Santa María, con el llanto en todos sus pasos y sus cultos, a la piedad del Descendimiento o la congoja del Santo Entierro, hasta llegar al glorioso Jesús Resucitado. La Semana Santa emeritense, cuánto cariño y cuánto recuerdo en el programa, cuántas ganas de repetir un año más el paseo penitencial tras el palio de su Virgen. Cuánta alegría después, en la Pascua y cuanto Amor de Dios por lo que nos da cada día.

Y ella seguiría allí, en casa de su madre, la casa grande con humedades y tristeza que sofocaría el verano, la despensa ya llena y todo el papeleo de la herencia terminado. Viviendo ahora la Semana Santa , toda la Semana de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, sólo que este año no saldría con la peineta. Este año saldrá de penitente, anónima descalza que un alma llora. Y la ofrecerá por el Mundo, por su bien. A ver si cambian las leyes y dejan de morir inocentes, si la crisis no la pagan los de siempre y los ladrones regresan a sus cuevas y devuelven el dinero. Que la gente salga del paro y los jóvenes encuentran algo más en su vida que botellón y lujuria. Y la droga nos deja tranquilos y las enfermedades encuentran cura. Y las almas encuentran la Paz.